GIGANTE: MI EXPERIENCIA TRABAJANDO EN UN SUPER

En nuestra vida habrá personas a las que deberemos muchos de nuestros traumas. En mi caso, (tristemente) esos capìtulos se los debo a familiares, (que se supone son los que deberìan apoyarnos y protegernos). Este trauma en particular se lo debo a mi querida arpi-tia… tia.

Corrìa el año de 1999 (¿o era el 2000?) cuando la UNAM se fue a la huelga y yo iniciaba mi etapa universitaria. De la noche a la mañana me quedè sin clases, y mis jefes en mi casa dijeron: ¡A trabajar! Curiosamente lo plantearon a manera de castigo, como si yo hubiera tramado la huelga o como si fuera un huevón, lo cual aclaro para los que no me conocen, no es cierto en ninguno de los dos casos.

 Pues con tal suerte que mi tìa en vez de hacerme el favor de conseguirme un trabajo de acuerdo al área en la que estudiaba, me hizo en cabrón favor de conseguirme trabajo en un pulgoso Gigante; a los màs jóvenes les cuento que Gigante era una tienda de autoservicio de por aquellos años y que hoy ha desaparecido. Pues en aquel tiempo hice una de las cosas que me han dado las peores experiencias de mi vida: dije que sí sin tener la más puta idea de qué era a lo que me enfrentaba. Así llegué al Gigante de Iztapalacra, muy cerca de Cerro de la Estrella. Cosas del destino, llegué al área de juguetería, que no fue tan divertido como se escucha, ja ja.

 El trabajo en un super es uno de los más infames de la vida; y no digo esto con afán de ofender a las personas que aquí se desempeñan, pues yo sé lo que es y tienen todo mi respeto, es que simplemente hay ocasiones en la vida en que por azar del destino llegamos a estos lugares.

 Yo entré cerca de la temporada de Jaloguin, y les puedo contar que era de la chingada; los jefes eran sumamente prepotentes, en particular el imbécil gerente de la tienda, un viejo canoso y chaparro, a él le seguía un señor de lentes medio chaparrón, él era más o menos buena onda con un servidor, pero eso sí, muy tacaño, pues recuerdo que en una de esas ocasiones, la tienda cerró ya tarde por una de esas ventas especiales, por lo que nos tenían que pagar el taxi; pues cómo ven que este señor se puso a regatear con el taxista, dejando en claro que la seguridad de cuatro empleados de la tienda no valía más de 100 pesos. (Hijo de su agarrada madre).

 El otro subjefe que tuve era un gusano que llevaba ya un tiempo en esa tienda, una basura de gente que acabó mostrando el filo y lo despidieron por robarse una herramienta de la tienda.

 Pero no solo conoces este tipo de gente aquí; también conocí a mi Jefe el Daniel, un muy buen cuate que me tuvo la confianza para darme la oportunidad. Tristemente a mi salida nunca pude visitarlo por lo que acabó encabronado conmigo, y es que la única ocasión que pude ir a verlo, estaba con él el gusano que les mencioné arriba, por lo que preferí retirarme. También estaba Verónica, una sensual cajera más grande que yo (yo tenía 19 y ella 26) y que era un soplo de aire fresco en ese infierno. También estaba mi cuate de ferretería, ja ja, era un cuate vaciado, me acuerdo las veces que llegaba y me decía: ¡Vámonos al pelódromo chavo! O cuando yo andaba corriendo en friega en la tienda y me decía ¡¿Qué?! ¡Eso yo también lo puedo hacer! Ja ja ja ja. Los amigos en esas situaciones tan difíciles salvan tu alma.

 Las jornadas más severas eran cuando teníamos que armar el anexo de juguetería, eran unas friegas cabronas, en las que si no te herniabas por cargar vitrinas ya ibas de gane. Eran unas chingas, lo común era quedarse sin hora de comida. Había cafetería, pero sólo una puta vez nos invitaron unos tacos, de ahí en fuera nunca más lo volvieron a hacer.

 Recuerdo las veces que nos llamaban a línea de cajas (es decir, cuando ustedes escuchan que vocean: encargado de ferretería, encargado de ferretería, se solicita su presencia en atención al cliente. Y te dabas cuenta de que ya estaban encabronados cuando escuchabas: ¡Encargado de ferretería, encargado de ferretería, se le sigue esperando en atención al cliente! También cuando te llamaban a cajas para preguntarte un precio ya debías ir preparado para la regañiza que te iban a poner, muchas de las veces por cabronadas de los mismos clientes, pues recuerdo una de cuando un cliente le pegó el precio de 1 peso a un carro que valía como 300, ja j aja. En esta área estaba un bigotón imbécil que también era muy cargadito.

 Las cajeras no lo pasaban mejor, pues recuerdo que vi a una irse llorando a los lockers pues le dieron su regañada muy probablemente porque se equivocó en las cuentas, y me contaron que esas veces tenían que reponer el dinero perdido de su propia bolsa. Y si iban a pagar el error con su varo, ¿por qué carajos las regañaban?

 Me acuerdo que por esos años se estrenaba la película de La bruja de Blair, y me acuerdo porque la taquilla del cine estaba por la bodega donde íbamos a guardar las cosas, un bodegón donde también los vigilantes encerraban a sus perros y  a donde ibas con el miedo de si te iban a violar o a matar.

 El salario era una mentada de madre, ganaba 800 a la quincena, a esto quítenle el dinero de los pasajes y comida y lo que queda no daban ganas ni de verlo, j aja, por lo que tenías que ser muy cuidadoso con tu dinero.

 Uno de los días más felices de mi vida fue cuando salí de ese infierno, y me juré que nunca volvería allí. A pesar de que me enriqueció un poco esta experiencia, también fue muy traumática.